Fundación de una ciudad.
Dentro de la grandeza del imperio romano era un momento especial aquel en
el que se fundaba y marcaba una nueva ciudad que ampliaba ese gran imperio de
urbes extendidas por toda la cuenca del mediterráneo, desde la península Ibérica
hasta Siria y desde Gran Bretaña hasta Egipto.
La fundación de una ciudad era un momento culmen no solo en la boyante
economía romana, sino también en la espiritualidad, ya que era precisamente el
Augur el que debía decidir y marcar el emplazamiento y el límite de una ciudad.
Una vez decidido esto se dibujaba un surco mediante un arado tirado por una
yunta de bueyes que más tarde sería la directriz de la muralla que envolvería a
la ciudad. Se dejaban ya marcadas las puertas que darían acceso al interior y
que en muchos casos se hacían coincidir con el Cardo y del Decumano maximus,
orientados mediante un cipo, y que marcaban los ejes cardinales de la nueva
colonia.
Como es de esperar, no siempre se fundaba una nueva ciudad alejada de
toda civilización humana conocida, por lo que no es raro que se asentasen donde
ya lo habían hecho griegos, fenicios, cartagineses, númidas… intentando
implantar en esas tramas urbanas ya consolidadas no sólo las directrices del
cardo y el decumano sino el centuriato, una retícula que dividía y parcelaba
las ciudades. Tampoco era raro que se acabasen implantando donde originalmente
se erigió un campamento militar con algún fin bélico.
En el campo material y espiritual parece que ya queda claro lo que
suponía la fundación de una nueva ciudad, pero no son estos los únicos puntos
que abarca tal acontecimiento. En el área económica, una nueva fundación
suponía la acuñación de una nueva moneda, en la que se veía representado el
arado con la yunta de bueyes y algún personaje o elemento a destacar de la
ciudad.
Por último, en el campo civil, la fundación de una ciudad nueva suponía
la construcción de un acueducto, símbolo de vida que alimentaba la ciudad, la
construcción de un foro, un templo, la muralla y el teatro de la urbe, así como
la preparación de amplios espacios públicos entorno a los edificios de mayor
importancia, lo que ponía de manifiesto lo avanzado del pensamiento
arquitectónico romano, algo que desaparecerá con el mundo islámico al absorberlo
todo el ámbito privado.
La ciudad, que se nutría del cultivo y la exportación de aceite de oliva
comienza a ver mermadas sus fuerzas con la primera decadencia del imperio
romano, quedando despejada de soldados y gobernadores en el año 285 d.C. Poco
después, la destrucción del acueducto supondría un duro golpe para la vida de
los desprotegidos habitantes, que se trasladan hacia el suroeste en busca del
agua que les proporciona un río no muy lejano, dejando la avenida principal de
la ciudad (cardo maximus) abandonada, y relegada incluso a cementerio.
La ciudad sobrevive a la llegada del islam, manteniendo la acuñación de
la moneda hasta el siglo VIII d.C. finalmente la fundación de la ciudad de Fez
acabaría por desmantelarla y dejarla morir.
(Conferencia del profesor D. Juan Calatrava)
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